Situación: Los personajes acuden a El Cairo para asistir a un congreso de Egiptología. Es el año 1933, ellos son:
- Uno de los hijos del Maharaja de Kapurtala. Joven, de unos 22 años, atractivo.
- Un ex – ranger americano. Tipo rudo, de treintaytantos.
- Un arqueólogo, típico profesor de universidad, de treintaymuchos. El primero de los personajes fue alumno suyo y ahora le ayuda en sus investigaciones. El segundo es el encargado de la seguridad en sus excavaciones.
Acaban de llegar a El Cairo. El congreso empieza al día siguiente así que deciden pasar el día visitando la ciudad. Después de algunas correrías (en el sentido estricto de la palabra) por las callejas del bazar y de adquirir fruslerías a mansalva, los personajes acuden a una casa de juegos del centro. Un local de alta categoría que les han recomendado, donde los occidentales (y su dinero) son muy bienvenidos. El caso es que mientras toman asiento en su mesa, se les acerca uno de sus viejos conocidos, el doctor Belloq (el típico archi-enemgio elegante y astuto). Éste viene acompañado de una belleza rubia de ojos azules muy alta y de rasgos germánicos. El doctor (que también esta invitado al congreso) pide sentarse a su mesa para jugar algunas manos con ellos. Evidentemente aceptan y empieza el juego. La chica rubia se pone de pie a la espalda del doctor (para darle “suerte” dice). Al cabo de algunas manos perdidas, el buen doctor empieza a hacer trampas gracias a las cartas que subrepticiamente le pasa la rubia. Pero con tan mala pata que es pillado in-fraganti por uno de los personajes (el tipo rudo). La cosa no llega a las manos, las normas del local y los excelentes modales del doctor que enseguida se disculpa, lo evitan. Pero el caso es que ya se ha establecido una cierta conexión entre el atractivo hijo del Maharaja y la rubia despampanante. En un aparte éste consigue una cita: esta noche en una elegante qahwah (café).
Al poco el grupo se separa. Por un lado el arqueólogo quiere acudir a la Ópera de El Cairo, donde van a interpretar el Aida de Verdi, mientras que los otros dos prefieren probar los cafés locales. El caso es que el profesor, ya sentado en su palco, observa que en el palco de enfrente (al otro lado del teatro) se encuentra el doctor Belloq acompañado de la exuberante rubia. Evidentemente no les quita ojo de encima y, hacia la mitad del concierto, observa cómo el doctor se levanta y sale del palco. Y, claro está, nuestro arqueólogo también sale del suyo para investigar. Ocultándose como mejor sabe entre columnas y cortinas va siguiendo a su objetivo hasta la puerta del vestíbulo. Allí vé que el doctor se encuentra con un hombre alto, rubio, ojos azules, rasgos germánicos, que viste gabardina y tiene un cierto aire militar. Los hombres hablan en voz baja así que intenta aguzar el oído pero su escondite no es muy bueno y es visto por el hombre alto que le hace un gesto a Belloq y la cosa se interrumpe. Poco tiempo tiene nuestro profesor para ocultarse de nuevo tras una cortina y dejar pasar al doctor que vuelve a su palco. Pero lo consigue y desde su improvisado escondite vigila cómo el doctor vuelve a su palco. Y también vé algo más. Hay alguien oculto tras una de las cortinas del otro lado. Es la rubia! que al entrar el doctor en el palco se apresura para salir y bajar al vestíbulo. Entonces nuestro afamado arqueólogo toma una rápida decisión: seguirá a la rubia a ver donde va…
Ésta llega apresuradamente al vestíbulo y coge uno de los taxis que esperan a la gente para cuando acabe el concierto. Nuestro personaje garrapatea rápidamente una nota para sus amigos y se la confía a uno de los taxistas con la instrucción de dársela a los otros personajes que le aguardan en la qahwah mientras él coge otro taxi para seguir al de la rubia. Resultado: tres taxis avanzan rápidamente por las callejas de El Cairo en la misma dirección hasta llegar y detenerse en el mismo sitio: la qahwah de la cita.
La escena final es como sigue: el hijo del maharajah y el tipo rudo se encuentran disfrutando de una buena narguile (rellena de tabaco aderezado con un poco de hachis) cuando ven entrar a la belleza rubia que se dirige hacia ellos con una sonrisa. En eso que entra corriendo un taxista con una nota y el encargado del local les señala. El taxista les entrega la nota que dice: “estoy siguiendo a la rubia” firmada por el profesor que entra en ese momento en el local con cara de circunstancias…
3 comentarios
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15 junio, 2011 a 4:43 pm
Daniel Julivert
Era inevitable que pasara. Son las situaciones que un máster recuerda con unas risas durante años. 😛
16 junio, 2011 a 8:17 am
wolfkyn
¿Como aquella de Ars Magica en la que, al final de una ardua investigación, los jugadores resolvieron el problema y luego se olvidaron de actuar para arreglar la cosa? 😉
20 junio, 2011 a 1:18 pm
Daniel Julivert
Pues sí, como esa, como esa. Christian Cruellas y Jordi Cabau fueron los perpetradores. 😛